viernes, 30 de septiembre de 2016

Hoy en Montreal

El Festival Latinarte, junto con la alcaldía de la ciudad de Montreal y la Unión de Escritoras y Escritores Quebequenses, ha decidido organizar un Cabaré Literario en honor a José Martí.


La música estará a cargo de Yoel Díaz y su Cuarteto Cubano.
Bertrand Laverdure, el Poeta de la Ciudad, leerá un poema escrito para la ocasión.
Claude Morin, profesor ya retirado del Departamento de Historia de la Universidad de Montreal, hablará sobre el Martí del sable y la pluma.
El actor Marco Ledezma presentará un espectáculo unipersonal con textos de Martí sobre un fondo de sombras chinescas.
Habrá lectura de textos inéditos, alegóricos o no, de las escritoras Sonia Anguelova y Maya Ombasic; así como de Francisco García González y César Reynel Aguilera.
La cita es el viernes 30 de septiembre, a las 6:00 pm, en el salón de honor de la Alcaldía de Montreal.
La dirección: 275, rue Notre-Dame Est (Metro Champ-de-Mars).
La entrada es gratis.


lunes, 26 de septiembre de 2016

José Fernández (1992-2016)

Nunca un jugador cubano tuvo comienzo más impresionante y prometedor en las ligas mayores. Debutó con veinte años con los Marlins de Miami y meses después ya participaba en un partido de todos estrellas. Al final de la temporada resultó siendo al mismo tiempo candidato a novato del año y al premio Cy Young al mejor pitcher del año por la Liga Nacional terminando primero y tercero en las votaciones, respectivamente. Tras dos temporadas reducidas por las lesiones y la convalecencia de una operación Tommy John en la del 2016 volvió a ser el lanzador dominante que asombró al mundo del béisbol y que desde ya lo mencionaba como uno de los mejores de todo el deporte, llamado a desarrollar una carrera a la altura de su talento monstruoso, incalculable. Cada salida suya al terreno de juego en las que desarrollaba una energía, competitividad y alegría muy poco comunes era una fiesta en la que entraba y disfrutaba todo el que deseara ser parte de ella. Calculo que muchos fueron los niños que se acercaron al deporte por seguir sus hazañas. Y lo calculo por la devoción con que yo mismo seguía sus actuaciones, comprobaba sus estadísticas o admiraba sus lanzamientos hipnóticos y devastadores: con el interés que uno le dedica al deporte solo en la infancia.
No me quedan dudas que su muerte ha sido una de las mayores catástrofes de un deporte –el cubano- tan abundante en tragedias. Y lo más triste es que allá en la isla de la que escapó siendo adolescente nunca se darán por enterados de lo que se perdió la pasada madrugada: todo el orgullo equívoco y la alegría genuina que nos debía una carrera que apenas comenzaba.

P.D. Como no podía ser de otro modo la página deportiva del Granma ha ignorado olímpicamente la noticia de la muerte del lanzador.



Leonardo Acosta (1933-2016)

Siempre me ha resultado sorprendente y penoso que en un país con tanta música como Cuba  haya tan pocos escritores que se ocupen de ella. Alejo Carpentier era una excepción (como lo fue Guillermo Cabrera Infante) pero esa miopía que le impedía sopesar la importancia decisiva de la música popular limitó muchísimo su famoso libro. De ahí que sea tan apreciable el esfuerzo de Leonardo Acosta por dotar de una historia coherente y bien escrita al jazz cubano. Una que se pueda leer al mismo tiempo con interés y placer. Con la sensibilidad y el conocimiento de primera mano del músico que fue y la elegancia y precisión del escritor que terminó siendo (recibió el premio nacional de literatura en el 2007 y el de la música en el 2014) dotó a la música popular cubana de libros que por fin conseguían estar a su altura. Difícil imaginar empresa mas útil o elogio mayor.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Del fascismo como una de las bellas artes

"Por amor se está hasta matando" (“Cuba va”); "te doy una canción con mis dos manos, con las mismas de matar" (“Te doy una canción”); "se aprende que matar es ansias de vivir" (“Un hombre se levanta”). Es lo que llamo una educación sentimental fascista, esa que tuvimos nosotros. Porque mientras el discurso más oficial se atenía a la letra de “La Internacional” que abogaba por eliminar la opresión los compositores de aquellas canciones que acompañaron nuestra infancia y adolescencia como discurso al mismo tiempo oficioso y contestatario no se hacían ilusiones. No bastaba con abolir una abstracción, la de la opresión misma. Había que matar. A los opresores, a sus sirvientes y, si era posible, a todo el que le pasara cerca. Aquellos cantautores venían a subsanar una de las mayores limitaciones del discurso comunista: no hablar claro. Cuidadoso de las formas y con toda la humanidad como público potencial el comunismo apenas se resignaba a buscarse enemigos de clase: todo el resto de la humanidad era su natural beneficiaria. El fascismo -nacido justamente para contrarrestarlo- es un comunismo cínico. Un comunismo que se asume con sus limitaciones y su violencia esencial y sin hacerse demasiadas ilusiones: más le valía a la humanidad que se alineara a su lado porque con el resto iba a ser implacable.
De ahí que en los márgenes del discurso comunista del castrismo clásico empezara a surgir este discurso sin ambages. Donde el buenismo comunista (atenuado por el pragmatismo rabioso de Lenin) no llegaba se apelaba al discurso de regusto fascista. Donde el “Proletarios de todos los países ¡Uníos!” o el “Pioneros por el comunismo: seremos como el Che” se tornaban difusos e impotentes se apelaba a la barbarie del “Si avanzo ¡sígueme!, si me detengo ¡empújame!, si retrocedo ¡mátame!” o el caudillista “Cuando sea, donde sea y para lo que sea Comandante en Jefe: ¡Ordene!”. La letra chiquita del nuevo contrato social incluía ingentes cantidades de sangre, una sangre que solo el discurso fascista podría conciliar a plenitud. (Ojo: esas frases con las que hoy identificamos al stalinismo al estilo de “La muerte de un hombre es una tragedia. La muerte de millones, estadística” son falsas atribuciones, o en el mejor de los casos, lapsus al margen del habla pública). El fascismo, ese romántico intento de conciliación entre el asesinato y la esperanza tenía que provenir desde sus márgenes. Ya fuera de la boca de ese paladín descartado que fue alguna vez el Che Guevara antes de integrarse de lleno al culto una vez muerto (“el odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar") o en el de intelectuales tratados por mucho tiempo con suspicacia y desprecio.
De esos últimos el cantautor Silvio Rodríguez es sin dudas el caso más ejemplar. Su destierro -temprano aunque provisorio- del favor oficial no solo creó a su alrededor de un halo de rebeldía y resistencia un tanto exagerado. Silvio, luego de ser aceptado inicialmente como ejemplo de hombre nuevo descubrió muy pronto que en ese mundo nuevo “vivirle a la vida su talla tiene que doler”, que ser uno mismo es una tortura (en otra canción bajaría "el precio de ser uno mismo" a simple angustia), y que “nuestra vida es tan alta, tan alta/ que para tocarla casi hay que morir/ para luego vivir”. O ese final de la propia “Oda a mi generación” que transmuta la obediencia absoluta en acto heroico al proclamar: “sé que hay que seguir navegando/ sigan exigiéndome cada vez más/ hasta poder seguir, hasta poder seguir,/ o reventar”. A ese Silvio atormentado acudíamos los jóvenes y revueltos creyentes en la altura inalcanzable de esa vida a buscar todo lo que el discurso oficial nos negaba: el sexo, la muerte, las dudas, la desesperación, la rebeldía. Una rebeldía que resultaba a la larga una reconciliación de todo lo inconciliable: el paraíso y el miedo; la esperanza y la delación; la alegría y el crimen; el ansia de libertad y la sumisión. Dicotomías que solo podían resolver el masoquismo y la esquizofrenia. O la poesía. Soluciones oficiosas al gran problema del comunismo: cómo imponer cierta idea de la armonía universal al mayor número de gentes sin necesariamente contar con ellas.
El fascismo es la solución a dicho problema en la forma de romanticismo cínico. Uno que concilia contrarios sin hacerse ilusiones: o sea sometiéndolos unos a otros. Esa alquimia táctica que es la poesía en tiempos de Revolución se encargará de mutar una cosa en su contrario: la muerte en vida, el odio en amor, la cobardía en valor, la opresión en libertad. A cambio se le permite mencionar libremente la muerte, el odio, la cobardía y la opresión con la convicción y el desenfado de los profetas. (En nuestro contexto fue el poeta Emilio García Montiel de los primeros en desnudar tal operación en aquellos reveladores versos: "yo imitaba a los héroes con la vieja confianza que da la mansedumbre/ con su oscura prudencia"). Ese comunismo descarnado que es el fascismo -una vez convenido que relaciones de propiedad e ideología son la epidermis de un mismo afán de dominación- es lo que en medio de la aridez del comunismo original atrae a los elementos más díscolos y los ímpetus menos controlables de cada sociedad. (Visto al revés el comunismo vendría a ser un fascismo hipócrita). En favor de las autoridades cubanas hay que reconocer qu se requiere de cierta dosis de pragmatismo, cierta amplitud de miras, para que aceptaran, en medio de la ortodoxia ideológica que alguna vez reinó, la morbosa franqueza de este discurso. Sin embargo una vez que desde el poder se reconoce que esa alquimia fascista no es más que la lógica secreta de su discurso público se entiende al fin que es el medio más eficaz para reemplazar los viejos mandamientos por las nuevas normas que él mismo promueve. Sobre todo aquellos mandamientos que nos prevenían contra impulsos tan antiguos como codiciar bienes ajenos, robar o deshacerse del tabú que persiste en contra del asesinato. Es el sentimentalismo brutal de las metaforas que citaba al principio el que consigue que el sometimiento a la férrea lógica del totalitarismo suene como algo indómito y glorioso.

Fragmentos de "Los comandos del silencio", la serie "infantil" dedicada al movimiento Tupamaro que usó como tema principal la pieza "Un hombre se levanta":