sábado, 28 de noviembre de 2015

En la frontera del Universo

-¿Viste?

-¿Qué? La masacre del Estado Islámico en la discoteca en París o los bombazos que puso en Beirut o lo de la matanza en el hotel de Mali?

-No. Lo de los cubanos en Costa Rica.

-Por un momento pensé que te había dado por la política internacional.

-No me negarás que esto es de lo más internacional en que nos hemos envuelto los cubanos desde la guerra de Angola: ahí tienes Ecuador, Costa Rica, Nicaragua, Estados Unidos…

- Y la culpa de todo la tiene…

-¿Quién? ¿Quién?

-Los de siempre pero cada vez la gente se pone más imaginativa para encontrar culpables. El culpable es Obama si eres republicano, la Ley de Ajuste Cubano si eres castrista, si eres obamista la política norteamericana hacia Cuba de los últimos nosécuántos años. O el calentamiento global si eres ecologista.

-¿Y cómo se explicaría lo del calentamiento global?

-Sería gente de El Vedado y Miramar, preocupada porque el ascenso del nivel del mar les eche a perder los colchones.

-Pero te equivocas en una cosa. El gobierno cubano esta vez ha preferido culpar a los medios porque están hablando de los emigrantes cubanos en lugar de los sirios.

-O de las magníficas cosechas de papas que a cada rato aparecen en los periódicos cubanos. Si Churchill hubiera podido llenar las portadas con cosechas de papa la Segunda Guerra Mundial nunca habría existido.

-Lo que sí parece que existe es la noticia de que Ecuador exigirá a partir de diciembre visado para entrar en el país.

-¿Y eso qué tiene que ver?

-Recuerda que todos los cubanos que están varados en la frontera de Costa Rica con Nicaragua llegaron a través de Ecuador que es el único país de Latinoamérica que no le exigía visa a los cubanos. Hasta ahora.

-Entonces… ¿tanto turismo cubano a Ecuador no era porque a nuestros compatriotas se les había despertado un súbito interés por visitar las Galápagos?

-No. Lamento comunicarte que más que fanáticos de Darwin parecen serlo de Disney. Pero al estilo de Cristóbal Colón. Tratan de llegar al norte viajando inicialmente hacia el sur. Los une la convicción de que la Tierra es redonda y su centro pasa justamente por…

-¿Quito?

-No. Por Miami, obviamente.

-Eso hasta que pasan un par de meses y se ponen a quejarse de que la carne de puerco allá no les sabe como en Cuba y se ponen a reunir plata para regresar de visita.

-Suenas un poco rencoroso.

-Sí, porque tanta desesperación por irse y para al final mantener al mismo gobierno del que estaban huyendo en principio. Al menos los sirios se rebelan contra el gobierno y si deciden escapar no regresan al año y un día para alardear con las cadenas de oro que se han alquilado en Miami.

-No pierdas la esperanza de que alguna vez los cubanos alcancen el punto de ebullición de los sirios. Hay un montón de compatriotas protestando frente a la embajada de Ecuador porque tienen comprados pasajes desde hace rato y ahora los ecuatorianos les exigen visa para viajar. Y eso, desde el punto de vista de Ecuador es inconstitucional puesto que la constitución aprobada en el 2008 dice, oye esto, que Ecuador “Propugna el principio de ciudadanía universal, la libre movilidad de todos los habitantes del planeta y el progresivo fin de la condición de extranjero como elemento transformador de las relaciones desiguales entre los países, especialmente Norte-Sur”.

-O sea que o es inconstitucional o el gobierno de Ecuador acaba de declarar a los cubanos extraterrestres.

-¡Qué confusión! Prendamos un cirio y roguemos que esta situación se resuelva de la manera más favorable posible.

-Ten cuidado con lo que dices que eso de prender sirios el Estado Islámico se lo toma al pie de la letra.

-¿Qué letra?

-La letra “S”, por supuesto.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Humanidad

El viernes por la tarde mi mujer y yo hablábamos sobre el terrible atentado en Beirut. Ella me comentaba que cuando le preguntó a su estudiante libanesa si su familia estaba bien le chocó la perfecta ignorancia y la indiferencia del resto de sus estudiantes sobre lo ocurrido en un país que -sospecho- a duras penas sabrían ubicarlo en un mapamundi. Como tampoco sabrían ubicarlo en el mapa de sus inquietudes. (Y no es que no les importen los desvalidos, pregúntenle si quieren por Michael Brown o Eric Gadner para que vean cuánto pueden conmoverse o indignarse. Sospecho que se trata de una suerte de mal generacional al que solo le inmuta el aquí y el ahora. Beirut le es tan remoto como lo pueden ser Henry Miller o Groucho Marx, por poner dos ejemplos que he podido confirmar en persona). "Solo el estudiante francés le preguntó a la libanesa por lo ocurrido" me dijo mi mujer. Creo que el humanismo es eso, sentir curiosidad y compasión por toda la humanidad, cercana o lejana, pasada o presente, y sospecho que en Francia, país donde la idea moderna de humanidad fue inventada -con todas sus limitaciones- todavía nos llevan cierta ventaja.
(Por otro lado me pregunto si los que ahora comparan la reacción mundial ante la masacre de Paris el viernes con la de Beirut el jueves sintieron algun pesar cuando escucharon inicialmente la noticia de los muertos libaneses. Si recuerdan al menos haberse dado por enterados. Me pregunto si este nuevo deporte de echarle en cara a los muertos franceses el exceso de atención que reciben nace de una preocupación sincera por la suerte de todos los seres humanos o si simplemente es una manera un tanto mezquina de algunos de presumir de originalidad y evitar mezclarse con las hordas que creen que el Holocausto, la llegada del hombre a la Luna o el derribo de las Torres Gemelas ocurrieron alguna vez).

El arte como exilio

De la entrevista aparecida ayer en Diario de Cuba que le hice a un galerista y tres artistas sobre el proyecto "Resiliencia: la otra cuba" en el que participaron Jairo Alfonso, Ariel Cabrera Montejo, Adrián Morales Rodriguez, Ciro Art, Henry Ballate, Jose Bedia, Gustavo Acosta entre otros:


De una manera bastante directa esta exposición reivindica el concepto de "exilio" en un momento en que la insistencia en la "normalización" de las relaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos hace que muchos vean la propia idea del exilio como anacrónica. ¿Por qué esa insistencia?  
Adrián Morales: Como dice Henry [Ballate], el artista por su propia condición de artista distorsiona y deslegitima de constante su idea de(l) borde, para su disolución. El argumento de la disidencia, el exilio (incluso global) hoy tiene más sentido que nunca. Cuando no se reconoce centro, entonces desaparece igualmente la periferia. Crear es generar (una) ficción del lenguaje (ucronía/distópica) "posible" que gana espacios de realidad. Un creador es el exilio mismo. Su territorio, su patria posible, es la creación no sujeta a los rigores de ningún imperativo, más que al poder manifiesto de su autónoma soberanía del lenguaje. Como dije alguna vez, la única patria posible es la pérdida de la ignorancia.
Hace poco sugería en uno de mis profiles de internet esta frase de El arte de la guerra de Sun Tzu: "Si no puedes o no eres capaz de ser fuerte, y sin embargo tampoco puedes, ni asumes, ni resistes ser débil, eso resultará en tu entera derrota". Eso explica porque tantos (artistas) vuelven a Cuba con el rabo entre las piernas: muchos prefieren la limosna de un amo justo en lugar de la "libertad" de disposición. Porque el país de la mentira y el simulacro les hace creer que son fuertes cuando no es cierto.
Donde hay que probarlo es fuera, lo demás es un cuento, un arreglo, un programa mental, una zona de confort aterrorizada y acomodaticia. "La Heroica es afuera o no será", allí donde peleas con lo invisible, el ninguneo, la apatía, la supervivencia, tu voluntad, la sensación de abandono, el complejo de culpa, el desapego, el desarraigo, el extrañamiento, la resistencia contra la nada te asaltan.
Los que regresan prefieren volver a la enfermedad, pues la enfermedad es menos grave que el hecho de enfrentar lo que debes enfrentar de ti mismo. No queremos curarnos, preferimos solo evitar los síntomas, escurrir el bulto, liberarnos de la responsabilidad, de lo que tú y solo tú debes acarrear: "La verdad es más dolorosa que la enfermedad". No hay nirvana instantáneo, no hay atajos para la divinidad. Al duro y sin guante. Sin patria pero sin amo. "Cualquiera que tenga forma puede ser definido, y cualquiera que pueda ser definido puede ser vencido", como diría Sun Tzu.
[Para ver la entrevista completa pinchar aquí]

sábado, 7 de noviembre de 2015

Bolaño distante

La revista mexicana Variopinto acaba de publicar la segunda parte de mi ensayo "Bolaño distante" (en el número anterior ya habían publicado la primera parte) y aprovecho para sacarlo aquí en su totalidad.

Bolaño distante
Por Enrique Del Risco 
Nunca me interesó conocer las opiniones políticas del escritor Roberto Bolaño. En parte por los mismos motivos por los que no me detenía a averiguar las de Homero o de Shakespeare: porque rebajarlos a sus pasiones o rencores más inmediatos no haría más que encoger su literatura. Pero también, debo confesarlo porque, siendo nativo de un continente en el que abominar unas dictaduras parece justificar la admiración de otras, prefería ahorrarle la vergüenza de comparar sus libros más luminosos con opiniones que –sospechaba– adolecían de los lugares comunes de la izquierda latinoamericana. Porque si algo me había dejado en claro en términos políticos la lectura de sus libros era su resignación a considerarse de izquierda. Y esa resignación, ya se sabe, micrófono por delante, conlleva a la repetición de tonterías demasiado viejas, demasiado ensayadas, mientras el entrevistado mira al techo, o al reloj o a las piernas de la entrevistadora, cualquier cosa menos pensar en lo que dice porque hace muchísimo que ciertas preguntas solo se pueden responder correctamente si no se piensan. O se piensan tanto que termina descubriéndose un sistema de razonamiento oblicuo: si se pregunta por Cuba se responde con el embargo norteamericano, si por Hugo Chávez se desvía la conversación hacia Pinochet, si se pide una comparación entre Brasil y Argentina se habla de Maradona y Pelé. Y si se trata de decidir quién ha sido el mejor futbolista del mundo entonces en aras de la unidad latinoamericana se contesta refiriendo las virtudes del Che Guevara en el cabeceo y el juego colectivo.Ah, pero no somos dueños de nuestras preocupaciones como no lo somos del destino, y un día ya hace algunos años, mientras enseñaba “Estrella distante”, mis estudiantes me obligaron a pensar en la política de Bolaño. (Algo condiciona a los estudiantes norteamericanos a exigirle una intención política a los textos de cualquier escritor de América Latina so pena de no entenderlo. No es su culpa, como no son responsables de la noción de que Latinoamérica está compuesta de guerrilleros, ejército, paramilitares, políticos, narcotraficantes y sus víctimas correspondientes. Aunque ahora que lo pienso de alguna manera llevan razón: América Latina es un continente de víctimas y verdugos que a cada rato intercambian los papeles como si no hubiera más opciones aunque en estos tiempos, de poder escoger, todos se pelearían a muerte por ser víctimas). Así que, en vez de hablar de las relaciones entre la estética y la violencia, tuvimos que “retroceder” hacia una lectura política de la novela de Bolaño. No fue difícil ver entonces en la figura de Carlos Wieder, poeta-asesino al servicio del régimen de Pinochet una condensación de los rasgos que comparten los radicalismos de izquierda y de derecha, sus instintos comunes: el ansia de absoluto –social o espiritual–, el desprecio por la vida humana y una intensa estilización de la violencia que convierte a las revoluciones en la encarnación de la poesía en la historia y determina que las guitarras se toquen con las mismas manos de matar.
No es casual que Bolaño haya escogido al poeta Raúl Zurita, reconocido poeta chileno de clara filiación de izquierdas para modelar a su pinochetista Carlos Wieder. El performance “La vida nueva”, en el que el poeta Zurita hizo que cinco aviones trazaran en los cielos de Nueva York versos en español como “MI DIOS ES HAMBRE”, “MI DIOS ES CÁNCER” guarda un parecido intenso con el de Carlos Wieder volando sobre el cielo de Concepción en un avión con el que traza en latín los primeros versículos del Génesis bíblico. O luego, cuando Wieder escribe por los mismos medios frases como “LA MUERTE ES AMISTAD”, “LA MUERTE ES CRECIMIENTO”, “LA MUERTE ES LIMPIEZA”. El Carlos Weider de Estrella distante es la encarnación del principio en el que se fundan las vanguardias políticas y estéticas más radicales: eliminar, junto a todo lastre del pasado, cualquier diferencia entre vida y poesía. Hacer de ambas una y la misma mientras se desprecian los reclamos vulgares de la realidad. Ante tanta simetría causa pena el esfuerzo que se toma la crítica Chiara Bolognese en distanciar a Wieder de Zurita diciendo que mientras “Wieder se sirve de los versos […] para fortalecer la ideología pinochetista” en el caso de “Zurita se trata de una propuesta de resistencia”[1]. Tan ocupada está Bolognese en alejar los performances de Wieder y de Zurita –en conciliar a Zurita con el creador de Carlos Wieder- que no se pregunta por qué  Bolaño fue a buscar el modelo de su poeta fascista en la orilla ideológica contraria. No se lo pregunta aunque la respuesta es fácil de imaginar. Suponer que el novelista sabía que las diferencias ideológicas y políticas eran pura circunstancia. Que bastaba que esta cambiara para que los perseguidos se convirtieran en perseguidores tan feroces como los que los precedieron. Y también que por mucho que buscara Bolaño no iba a encontrar un modelo similar en la derecha política o poética latinoamericana, al menos no después de la derrota del nazismo en Europa, cuando la derecha, sin perder su ferocidad, se hizo más pragmática, menos ideológica y espectacular. Menos poética. Es el propio Bolaño quien me evita extenderme en especulaciones. Al hablar sobre La literatura nazi en América, libro en el que por primera vez se cuenta la historia del poeta asesino de Estrella distante, -aunque presentado con el nombre de Carlos Ramírez Hoffman- el autor dice sin ambigüedad: “En La literatura nazi en América, yo cojo el mundo de la ultraderecha pero muchas veces, en realidad, de lo que hablo ahí es de la izquierda. Cojo la imagen más fácil de ser caricaturizada para hablar de otra cosa. Cuando hablo de los escritores nazis de América, en realidad estoy hablando del mundo a veces heroico, y muchas veces canalla de la literatura en general”[2]. La recreación de la inexistente literatura nazi del Nuevo Mundo obliga a encontrar esas mismas constantes en la literatura realmente existente, una literatura a la que el cambio de signo ideológico no le evita miserias similares a las de las biografías inventadas por Bolaño. Es el modo alevoso que encuentra el novelista para hacernos evidente la irrelevancia del signo político frente a lo decisivo de la intensidad de las convicciones y el grado de escrúpulo con que se asuman. Y Bolaño sabía de lo que hablaba. Como cuando recordaba los días que pasó “en El Salvador con los que serían los directores del Frente Farabundo Martí, dos o tres años mayores que yo. Unos auténticos criminales que se decían poetas”[3] y que entre otras hazañas se encargarían de ejecutar al poeta Roque Dalton mientras dormía. Al gesto de los asesinos enmascarándose tras la poesía corresponde Bolaño delatando el costado criminal de la literatura.
Pero Estrella distante -sospecho mientras acudo al sistema más policial que literario de revisar la ficha del autor, sus antecedentes, las declaraciones que hizo sin el consejo de su abogado- está encaminada también a ajustar cuentas con el Bolaño que escribía en el Manifiesto infrarrealista: “Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa”[4] . Se trata de un subversivo lugar común de una época en que Latinoamérica se hallaba en su fase mágica: una edad en que parecían indistinguibles la profesión de poeta y la de guerrillero, o el peso de la palabra y el de la realidad, tiempos en que se le exigía a los hechos que se plegaran a las abstracciones del materialismo histórico. Sería banal insistir en esos textos atiborrados de tópicos si la obra posterior de Bolaño no pudiera verse como el examen de una época que recetaba revoluciones para cada malestar de la condición humana; si libros como La literatura nazi en América, Estrella distante, Los detectives salvajes o hasta 2666 no pudieran entenderse también como una personal cura de desintoxicación contra ese opio que permitía asesinar en nombre del pueblo a Roque Dalton, o impelía al propio Bolaño a masacrar la ortografía en nombre de un futuro mejor:
Cortinas de agua, cemento o lata, separan una maquinaria cultural, a la que lo mismo le da servir de conciencia o culo de la clase dominante, de un acontecer cultural vivo, fregado, en constante muerte y nacimiento, ignorante de gran parte de la historia y las bellas artes (creador cotidiano de su loquísima istoria y de su alucinante vellas hartes), cuerpo que por lo pronto experimenta en sí mismo sensaciones nuevas, producto de una época en que nos acercamos a 200 kph. al cagadero o a la revolución.[5]
 Sólo como despiadado examen del tiempo y los sueños compartidos con toda una generación se pueden entender cabalmente libros como La literatura nazi en América, y descubrirle su simetría invertida. O comprender el esfuerzo del protagonista de 2666, el ex soldado del ejército nazi Hans Reiter, por buscar reposo en la literatura bajo el seudónimo impermeable de Benno von Archimboldi. O los desencuentros poco literarios de Bolaño con la intelectualidad chilena, corroída por ese aburguesamiento culposo tan común en la más reciente izquierda. Más allá de lo insondable que pueda ser una literatura intensa y desmedida como la suya, el más básico de sus mensajes cifrados está dirigido hacia sus antiguos compañeros de generación e ideales todavía atragantados de redentorismo de opereta, una opereta compuesta en estos días por cantautores o por reguetoneros con conciencia de clase. Ese mensaje viene a ser el mismo con el que Carlos Wieder concluye su primer performance aéreo en el cielo de Concepción: “Aprendan”. Y la lección a repasar es la caída en cámara lenta del Muro de Berlín, la de los muertos por la revolución continental, o de los vivos que en el interín perdieron, junto a su juventud, su cuota de ilusiones vitales. Bolaño lo repetía sin cansancio pero nunca con más claridad que al aceptar el premio Rómulo Gallegos:
 en gran medida todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación, los que nacimos en la década del cincuenta y los que escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más correcto decir la militancia, y entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creímos la más generosa de las causas del mundo y que en cierta forma lo era, pero que en la realidad no lo era. De más está decir que luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una leprosería, luchamos por partidos que de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un campo de trabajos forzados, luchamos y pusimos toda nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto, y algunos lo sabíamos, y cómo no lo íbamos a saber si habíamos leído a Trotski o éramos trotskistas, pero igual lo hicimos, porque fuimos estúpidos y generosos, como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio, y ahora de esos jóvenes ya no queda nada, los que no murieron en Bolivia murieron en Argentina o en Perú, y los que sobrevivieron se fueron a morir a Chile o a México, y a los que no mataron allí los mataron después en Nicaragua, en Colombia o en El Salvador. Toda Latinoamérica está sembrada con los huesos de estos jóvenes olvidados.[6]Parecería este un intento de rebajar la literatura de Bolaño a las pasiones o rencores más inmediatos de su autor, sólo por el placer burdo de sentirlos afines, pero soy el primero en reconocer que tal afinidad es falsa. Cuando comencé a escribir en serio hacía rato no me desvelaba la filiación de mis escritos. Ya me sabía demasiado sentimental como para ser aceptado por la derecha y lo bastante escarmentado para el uso conveniente de la izquierda. A Bolaño, en cambio, lo atormentaba el riesgo de serle infiel a sus inclinaciones ideológicas que confundía con su persistente amor por el prójimo mientras el prójimo tuviese el cuidado de no escribir mal. Reconocía que le hubiera gustado “ser un escritor político, de izquierda, claro está” y si algo lo había detenido era que
 los escritores políticos de izquierda me parecían infames. Si yo hubiera sido Robespierre, o no, mejor Danton, en una de esas los enviaba a la guillotina. Latinoamérica, entre sus muchas desgracias, también ha contado con un plantel de escritores de izquierda verdaderamente miserables. Quiero decir, miserables como escritores. Y ahora tiendo a pensar que también fueron miserables como hombres. Y probablemente miserables como amantes y esposos y como padres. Una desgracia. Trozos de mierda esparcidos por el destino para probar nuestro temple, supongo, porque si podíamos vivir y resistir esos libros seguramente éramos capaces de resistirlo todo. En fin, no exageremos. El siglo veinte fue pródigo en escritores de izquierda, más que malos, perversos.[7]
 Su abandono de la literatura como proyecto político se debió, si se atiende con cuidado a sus palabras, menos a sus deseos que a la conciencia angustiada de la inutilidad del esfuerzo. La misma convicción que le hizo preguntarse “¿cómo se va a reformular el discurso de izquierda si la izquierda, por ejemplo, sigue apoyando a Castro, que es lo más parecido que hay a un tirano bananero?”[8]. Si algo me importa de la política de Roberto Bolaño no es su falsa afinidad ideológica con un escritor nacido bajo el tirano favorito de buena parte de la izquierda latinoamericana y disimulado como una pesadilla sonrojante por la otra, porque al final ese escritor -junto a sus pasiones y rencores- estará tan muerto como Bolaño lo está ahora y la literatura, por mucho que se alimente de fobias sublimadas, no es otra cosa que una desmoralizada pelea contra el tiempo y la muerte. Lo que me interesa aquí es la política de su proyecto literario. La política del poeta que alguna vez soñó transformar “el territorio de la Quimera y el Mito” y terminó siendo el prosista que dinamitó discretamente la literatura de la Quimera y el Mito.
Bolaño parece haber comprendido que toda la literatura significativa de Latinoamérica, incluida la del boom -sobre todo ella- era literatura mitológica. Sofisticadísima y actualizada en los modos narrativos y que sin embargo le adeudaba a su modernidad el cuestionamiento de los mitos que conformaban su tradición. El chileno debió entender que de El reino de este mundo a Rayuela, de Cien años de soledad a La guerra del fin del mundo no se trataba de otra cosa que del recuento y exaltación de mitos históricos, culturales y sobre todo políticos. Mitos que a la altura de la mitad del siglo XX eran mitos de izquierda o reciclados por ella: el mito del Paraíso Reencontrado, el de la Revolución Definitiva (que era por supuesto una reedición del anterior), el del Continente Joven y Excepcional, el del Continente Desangrado y Violado por los Vampiros Internacionales pero Esencialmente Inocente y sobre todo el mito de que era posible y necesario que la poesía fuera un modo de revolucionar el mundo y que la Revolución fuese la forma más alta de la poesía y por tanto era legítimo que se permitiera los mismos propósitos y excesos. La literatura resultante, si no justificaba o reproducía estos mitos, los asumía como sobreentendidos indiscutibles. Una literatura a la que en su resistencia a desencantar el mundo que describía no cabía, usando el politizado vocabulario de Bolaño, llamarla de otro modo que reaccionaria.
La relación mágica de esta literatura con el mundo, pese a la actualidad de sus recursos narrativos, no la distinguía demasiado de las novelas de caballería. Como si Cervantes nunca hubiese escrito el Quijote, como si los tropiezos de la modernidad latinoamericana fuesen causados invariablemente por el embrujo de un hechicero enemigo. Y luego venía la descendencia más timorata del boom que encontró en el lema de la postmodernidad una licencia para cazar quimeras y dragones sin parecer anacrónica. Bolaño, o cualquiera que no confunda la profesión de escritor con la de sacerdote laico, conjurador y cómplice de poderes que lo sobrepasan, sabía que la literatura latinoamericana necesitaba de unos cuantos Cervantes, deshacedores de los entuertos de los mitos, escritores que comprendieran que Don Quijote sin Sancho es pura antigualla, una armadura oxidada rellena de confusión. Y no es que a cada rato no aparezca algún discípulo de Cervantes, pero los críticos suelen confundirlos con molinos de viento o ya directamente –como ha ocurrido con Bolaño– con el mago Merlín.
Sin embargo, la obra de Bolaño está poblada de Quijotes que asumen el mundo como el Quijote original toleraba a la realidad: como un campo de batalla. O donde a la realidad dura e impura o a su propia conciencia de ella les toca hacer el papel de Sancho, susurrándoles al oído que el mito solo tiene sentido si se le reconoce como juego infinito, si no se le confunde con un programa político, con un plano ideal del mundo, si el escritor no se trastoca en fabulista frente a la reconfortante fogata del Estado, de las editoriales, de los medios, de las universidades, de espaldas a la realidad y al sueño. A veces, como en Estrella distante, Sancho es el ex detective y vengador a sueldo Abel Romero, cuya ínsula Barataria es la empresa de pompas fúnebres que se comprará con lo que le paguen por matar al poeta asesino Carlos Wieder. Una empresa capitalista en la que tratará de complacer parcialmente el sueño de la igualdad social: “un entierro de burgueses para la pequeña burguesía y un entierro de pequeños burgueses para el proletariado” porque “ahí está el secreto de todo, no sólo de las empresas de pompas fúnebres, ¡de la vida en general! Tratar bien a los deudos […] hacerles notar la cordialidad, la clase, la superioridad moral de cualquier fiambre”[9]. O a veces ni siquiera necesita de Sancho porque su Quijote de turno se desdobla mágicamente en Alfonso Quijano, como en el caso de Juan Stein, de quien el narrador de Estrella distante se entera que ha participado en sucesivas empresas guerreras en Nicaragua, Angola y El Salvador para que al final otro amigo descubra confusamente la posibilidad de que Stein, profesor solterón, haya muerto sin salir nunca de Chile. O es el Ojo Silva, del cuento homónimo quien desde la India le confiesa por teléfono a un amigo que ha fracasado en la empresa de salvar una brevísima porción de humanidad en la forma de dos niños y que en medio de las lágrimas le pide dinero para el pasaje de vuelta a Europa.Para cuestionarse una literatura que servilmente asume los mitos que alguna vez le dieron sentido Roberto Bolaño recurre al viejo truco del anacronismo. Lanza a sus personajes al cumplimiento de aquellos viejos mitos con el objetivo de ponerlos a prueba, de exprimirles toda la verdad y el horror que todavía puedan contener y les hace decir como a Felipe Muller en Los detectives salvajes que “Si al infinito uno añade más infinito, el resultado es infinito. Si uno junta lo sublime con los siniestro, el resultado es siniestro”[10]. De los experimentos de la poesía que se adentra en la Materia y en la Historia sale la monstruosa exposición de fotografías de cuerpos torturados que ofrece Carlos Wieder o los rituales de la secta de los Escritores Bárbaros que “humanizan” textos clásicos defecándose, masturbándose u orinándose sobre ellos hasta llegar a su “asimilación real” exponiéndolos a “una cercanía corporal que rompía todas las barreras impuestas por la cultura, la academia y la técnica”[11]. Si hay alguna dificultad en ver allí una parodia de los procedimientos encaminados a crear una cultura proletaria a mediados del siglo pasado es porque hemos preferido olvidar aquellos proyectos como si se tratara de un mal sueño, una pretensión ridícula de adolescentes pobres en los pasillos de las universidades públicas y en cafeterías inundadas de moscas. No los olvidó Bolaño quien vio en aquellos absurdos la fuente del vacío actual del discurso político y literario latinoamericano. Bolaño se permite criticar esa realidad cubierta por mitos enquistados sin renunciar a la épica porque, parafraseando a Octavio Paz, no existe literatura sin héroes en los que reconocerse. De ahí su predilección por los poetas olvidados y por los detectives, seres ocupados en profesiones con dosis semejantes de violencia y misterio.Pero la principal lección de su escritura –si es que cabe tal pretensión en una obra de por sí ambiciosa– es sospechar no sólo de los mitos latinoamericanos sino de la realidad que se ha asentado sobre ellos, la sospecha de que los primeros y la segunda son tan obsoletos como la literatura que engendran. Que una literatura moderna (o posmoderna ya que estamos ahí) consiste no en destruir los mitos previos sino en abrirse camino en medio de ellos hasta encontrar un claro donde levantar otros nuevos, tan ilusorios como los anteriores pero cada vez más íntimos e irremplazables. Pero la principal virtud de Bolaño es menos literaria que ética. Es el valor, como lo define el propio escritor, de “abrir los ojos en la oscuridad, en esos territorios en los que nadie se atreve a entrar”[12]. Es el valor que se necesita para enfrentar dogmas convertidos en paisaje, exquisitamente conservados por la cobardía, la pereza mental y la frivolidad. Porque para Bolaño el escritor en América Latina, como en cualquier parte, sólo tiene sentido si se reconoce como un samurái que pelea contra un monstruo que lo destruirá pero aún así sale a pelear[13] en lugar de pactar con el monstruo la coreografía de un falso enfrentamiento. Un guerrero que asume, como Cervantes y tantos otros, que su oficio comienza y termina con el reconocimiento de la soledad y la derrota y en el que, por esa misma razón, cualquier patetismo sobra.
    Citas: 

[1] Bolognese, Chiara. “Roberto Bolaño y Raúl Zurita: referencias cruzadas”. Anales de Literatura Chilena. Año 11, Diciembre 2010, Número 14,  259-272.
 [2] Brathwaite, Andrés (Editor). Roberto Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas. Santiago de Chile: Editorial Universidad Diego Portales, 2006, pp. 111- 112.
 [3] Ibid. p. 80.
[4] Bolaño, Roberto. “Déjenlo todo, nuevamente. Primer manifiesto infrarrealista”. http://manifiestos.infrarrealismo.com/primermanifiesto.html [5] Ibid. [6] Bolaño, Roberto. Entre paréntesis. Barcelona: Editorial Anagrama, 2004. pags. 37- 38.
 [7] Brathwaite, Andrés. Op. Cit. pp. 89- 90.
 [8] Idem. 76.
 [9] Bolaño, Roberto. Estrella distante. Nueva York: Vintage Español, Random House, Inc., 2010, p. 146.
 [10] Bolaño, Roberto. Los detectives salvajes. Barcelona: Editorial Anagrama S.A., 2003, p. 426
 [11] Bolaño, Roberto. Estrella distante. p. 140.
 [12] Bolaño, Roberto. Entre paréntesis. p. 65.
 [13] Brathwaite, Andrés Op. Cit. p. 90.


miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un viaje

“Allí en las estrechas calles, en casitas y bloques de pisos hechos de remiendos, habita la población local, que vive sobre todo del turismo: extremadamente pobre, acaso desesperada, pero por lo general poco proclive a la protesta […] Días más tarde, el cónsul de Alemania Occidental nos obsequió con el comentario de que las prostitutas de Río no aceptaban dinero, o al menos no contaban con que se les diera, y se sorprendían si un cliente se ofrecía a pagar
Eso lo escribió Joseph Brodsky en 1978 tras un viaje a Brasil. Podría sorprender que un ser tan inteligente y sensible tragara (y reprodujera) de manera tan cándida uno tras otro los lugares comunes de la ignorancia turística. Que dejara a un lado su aguda capacidad de observación simplemente porque no están dispuestos a hacer el esfuerzo que requiere asimilar el obvio y superficial cambio de códigos para descifrarla. Menos cuando esa realidad invita de manera tan insistente a la relajación, a deponer por el rato que dure la estancia sus facultades racionales y críticas. Puede sorprender que no vea zonas de contacto entre la poca proclividad de la población nativa a la protesta y la de su Unión Soviética natal. Que no se preguntara si, descartada la cercanía climática y cultural, algo tendría que ver que Brasil llevara años sometido a una dictadura menos pretensiosa que la de su país pero con la suficiente capacidad de inhibición de cualquier prurito de rebeldía.

Sorprendería este rapto de frivolidad si se ignoran los esfuerzos que siempre hizo Brodsky por desquitarse los años de miseria soviética no sólo en términos materiales o espirituales sino también en ese desgaire mundano que caracteriza a la intelectualidad del Primer Mundo.  Como se revela en ciertos momentos de su obra Brodsky intentaba imitar el cosmopolitismo occidental no sólo en la variedad y extensión de sus intereses sino también en su más descarada ligereza. Era su manera de alejarse a toda la prisa posible de los penosos instintos del homo sovieticus

Pero, para fortuna de sus lectores, tales afanes le duraban poco. Podía más su natural decencia de hablar de lo que realmente conocía que era su propia condición humana, de sus debilidades y su ignorancia. Por eso es que da fe de la imposibilidad como viajero temporal de entender nada de lo que está viendo: “un viaje de ida y vuelta es una terrible trampa psicológica: la idea del retorno nos despoja de cualquier posibilidad de involucrarnos con el lugar visitado”. Si algo deberíamos aprender en un viaje –intenta decirnos Brodsky- no es sobre el lugar que visitamos sino de nosotros mismos porque al fin y al cabo “empiecen donde empiecen, todos los viajes acaban igual: en nuestro rincón, en nuestra cama”. Y más que sobre nosotros deberíamos aprender nuestra irremediable insignificancia:
No existen criterios para juzgar la importancia de una vida; pero nada la reduce más que exponerla a parajes extraordinarios y multitudes. Es decir, al espacio. A la postre, quizá por eso viajamos, por eso frotamos nuestras pupilas, nuestras espaldas y nuestros ombligos con desconocidos. Quizá todo sea una cuestión de humildad, y la fatiga instalada en nuestros huesos la verdadera voz de tal virtud
El enfrentamiento de Brodsky a su propia insignificancia no es más revelador –lo intuimos- que cuando se encuentra con un “farmacéutico local de origen yugoslavo” que “dio la casualidad que se había leído casi toda mi obra”. He ahí al escritor relativamente famoso que, escapado del congreso donde todos sus asistentes se inclinan ante su renombre, descubre a un admirador sincero entre la masa de seres que lo ignoran con no menos sinceridad. “Cuando conozco gente como él, me siento como un impostor, porque lo que creen que soy no existe”, confiesa. Es allí en medio de la admiración particular del farmacéutico donde Brodsky comprende la irrelevancia de cualquier intento de entender esa realidad o, puestos a pensar, cualquier realidad que permanecerá impasible frente nuestros esfuerzos por hacernos sentir.

Porque no hay más que polvo, tierra rojiza, trozos de metal oxidado, edificios inconclusos, multitud de seres de piel morena para los que no significamos nada, como tampoco significamos nada para los de nuestra patria.